Un joven recorre el malecón con un caminar pausado, al ritmo de las olas que chocan contra las piedritas de la orilla. La oscuridad de la noche apenas permite que puedan verse sus rasgos. El claro de luna que baña su rostro de un color plateado confirma que, efectivamente, se trata de un joven de no más de veinte años, pese a la contradicción de su mirada melancólica que brilla cómo la espuma del mar a la luna, advirtiendo que un alma vieja y taciturna habita ese joven cuerpo.
Tras caminar por largo rato por el malecón, se sienta en una banca, enciende un cigarro, desde ahí puede ver perfectamente el viejo barco camaronero que se quedó varado en el arrecife durante una tormenta.
El barco empieza ya a oxidarse y a ceder al paso de las olas, las cuales lo han ido inclinando hacia estribor, dejando a la vista del puerto las enormes vigas que solían sostener las redes de pesca.
El sonido del mar llena el vacío que dejaron los últimos paseantes. Algunos pescadores continuan esperando que su anzuelo pique algo. El joven fuma, sentado, pensado. Es raro que muchachos de su edad acudan al puerto a estas horas, en estos días, cuando la mayoría de ellos gastan sus noches de verano en los bares, los billares y las plazuelas del centro.
Una mujer se sienta junto a él. Sus labios pintados de rojo semejan de las flores que adornan su vestido blanco. A pesar de su atuendo juvenil, su rostro muestra las primeras arrugas que dejan la edad y entre sus cabellos negros, ocultas, algunas canas sobreviven incógnitas. El joven atado al horizonte, pensativo, no ha notado su presencia. La mujer lo observa mientras una pequeña sonrisa aparece en su rostro. El viento que empieza a soplar con un poco de más fuerza trae al olfato del joven la inconfundible fragancia barata que suele usar la mujer. Se dirige hacia ella y sonríe. La ve rápidamente de pies a cabeza, -todavía es guapa, es más guapa que muchas de las muchachas que conozco- piensa, y no puede evitar ponerse triste.
-Llegas tarde- habla por fin el joven, después de mirarla por un rato.
-Tarde en arreglarme, quería verme bien- Contesta ella mientras vira su mirada hacia el barco. Suspira.
-Tú siempre te ves bien- Dice el joven, dirige también su mirada hacia el viejo barco.
Ambos observan el barco, las olas que van y vienen golpeándolo, la luna que baila en el agua y la luna que en el cielo se presenta redonda e imposible. Pasa un rato.
-Es una bonita noche- dice el joven mientras pasa su mano por la cara de la mujer. La mano del jóven pasa cerca de la delicada boca maquillada con devoción. Ella toma la mano de muchacho entre las suyas y la besa.
-Sí lo es, es una bonita noche, creí que llovería, pero me alegra ver que el cielo se ha despejado.
Esta noche no parece ser la noche de este día, es decir, las nubes amenazaban con una tormenta desde la mañana y el aire fuerte que soplaba desde mar parecía decir lo mismo. Al entrar la tarde el cielo se había despejado, para la noche no se veía ya ni una nube y el viento se convirtió en una tímida brisa, salieron las estrellas que llenaban el cielo y la enorme luna que ocupaba un lugar estelar.
-Es una hermosa noche, repitió la mujer, apretando las manos del joven entre las suyas, besándolas tiernamente, lo ve a lo ojos, esos ojos que dicen mil cosas y que solo dicen una: –Me quiere- pensó. Al ver aquel rostro tan joven, casi de niño, la piel tan tersa, tan limpia, no puede evitar estremecerse –le estoy robando sus noches- pensó, -yo quiero que sea feliz y le estoy robando su juventud, pero lo amo- liberadas ya las manos del joven, ella se cubrie el rostro con las manos, los puños bajo el mentón, los codos sobre las rodillas, recargando el rostro con un gesto cansado.
Las notas de un viejo piano llegan desde atrás, por sus espaldas, es una antigua canción de amor a la cual le han quitado la letra, la mujer piensa al oírla que no necesita palabras, que la música por sí misma puede expresar incluso muchas cosas más. El joven empieza a cantar suavemente:
Claro de luna en tus ojos esta noche,
Claro de luna, me enamoro de ti hoy,
Con las estrellas como testigos
Con el cielo como juez
Claro de Luna, nunca te dejaré.
Claro de luna, me enamoro de ti hoy,
Con las estrellas como testigos
Con el cielo como juez
Claro de Luna, nunca te dejaré.
La mujer se sorprende, ¡el muchacho conoce la canción!, es una canción que ella escuchó cuando niña, -tal vez no soy tan vieja- se dice al mismo tiempo que suelta una pequeña risa.
-No te rías de mí- dice el joven apenado.
No me río de ti, me río de mí, ¿sabes?, no recordaba la letra de la canción y me sentí tonta al oírte cantar, quiero decir, es una letra muy sencilla, me parece tonto que la haya olvidado.
-Es que a mi me gusta mucho- replica el joven con un gesto de orgullo.
-Ya veo, pero sabes, esa versión de piano me parece extraordinaria, se me ha enchinado la piel, he creído que no le hacia falta la letra, pero al oírte cantar, veo que me equivocaba, o tal vez es precisamente por que tu la cantabas.
- La cantaba para ti- susurra el joven muy cerca de ella, con la intención de darle un beso. La mujer baja la mirada y se piensa que ya no esta en edad para recibir serenatas.
-¡Que cosas dices! Algún día encontraras a quien realmente quieras cantarle esa canción y cuando recuerdes que ya me la has cantado, te arrepentirás.
-Hay muchas canciones, ya encontrare otras- dice el joven divertido tirando la colilla de su último cigarro al mar. La mujer siente un simpatico dolor –él sabe que no estaremos juntos siempre, yo también lo sé, pero no quiero separarme, no quiero que él sepa que vamos a separarnos- su semblante se empieza a entristecer, se marchita como esas plantas que al tocarlas retraen sus hojas. El jóven lo ha notado.
La conoce perfectamente, sabe cuando esta triste y hay que alegrarla, sabe que, cuando en la cama ella lo ve con melancolía para alégrala hay besarle las rodillas.
El piano toca las ultimas notas de la canción. El muchacho posa su mano en una de las rodillas de ella, se hacerca, le acaricia el cabello y se hica ante los pequeños pies de la mujer, colocando la cabeza sobre sus piernas. Ella se agacha un poco para olerle el cabello. Le gusta jugar con el cabello rizado del joven que huele ligeramente a almendras, no hay un aroma que la cautive más. Levanta la vista: ante ella el bote que sigue resistiéndose a las olas. Piensa que ella también resiste, justo como ese viejo barco en el que un día de tormenta desapareció el hombre que la había amado por quince años.
-Te he amado desde siempre- dice el joven atravesando el silencio de olas que se habia formado. Él no la había amado siempre, dijo siempre para no decir desde que él vivía, esto la mujer lo sabe muy bien.
-Siempre es mucho tiempo- contesta ella perdida en un sueño: recuerda a aquel muchachín que robaba limones de su patio, mientras que ella, desde la ventana, observaba divertida como el niño se lastimaba con las espinas del árbol, -ahí tiene su castigo, mocoso sin vergüenza- se decía a si misma. Ese niño creció y se convirtió en un hombre, en el hombre que ella ama y que esta ahí, oliendo su falda, mientras ella juega con sus cabellos.
El joven se incorpora, toma a la mujer de las manos y la hace ponerse de pie.
-Vamos, quiero llevarte a bailar - dice el joven sonriéndole con los ojos.
-¡Bah! ¿A bailar?, no tengo ganas de ir al salón a apretarme entre los del pueblo.
-No tenemos que ir al salón a bailar, podemos hacerlo aquí mismo- contesta el joven frunciendo el ceño de una forma simpática.
-Pero el piano se ha detenido- dice la mujer intrigada.
-Oye las olas, no te das cuenta, no hay música más hermosa.
Ella se ha apretado al pecho del muchacho, aferrandose a él. Escucha latir fuertemente aquel joven corazón. El joven la toma por la cintura y recarga su mejilla en la cabeza de la mujer. Bailan al al compás del ir y venir de las olas.
-Ella es feliz, es feliz- piensa el joven al momento que una sombra de profunda tristeza lo cubre.
Para ella se desvanece el fantasma del esposo desaparecido en la tormenta, y el recordatorio del barco encallado pierde su significado.
Pero para el joven, sin embargo, el recuerdo del hombre que le enseñó a echar las redes se presenta vivamente –A veces deseo que estés aquí, pero entonces no estaría con ella- piensa, mientras un dolor muy fuerte atraviesa su corazón.
-Vamos, quiero llevarte a bailar - dice el joven sonriéndole con los ojos.
-¡Bah! ¿A bailar?, no tengo ganas de ir al salón a apretarme entre los del pueblo.
-No tenemos que ir al salón a bailar, podemos hacerlo aquí mismo- contesta el joven frunciendo el ceño de una forma simpática.
-Pero el piano se ha detenido- dice la mujer intrigada.
-Oye las olas, no te das cuenta, no hay música más hermosa.
Ella se ha apretado al pecho del muchacho, aferrandose a él. Escucha latir fuertemente aquel joven corazón. El joven la toma por la cintura y recarga su mejilla en la cabeza de la mujer. Bailan al al compás del ir y venir de las olas.
-Ella es feliz, es feliz- piensa el joven al momento que una sombra de profunda tristeza lo cubre.
Para ella se desvanece el fantasma del esposo desaparecido en la tormenta, y el recordatorio del barco encallado pierde su significado.
Pero para el joven, sin embargo, el recuerdo del hombre que le enseñó a echar las redes se presenta vivamente –A veces deseo que estés aquí, pero entonces no estaría con ella- piensa, mientras un dolor muy fuerte atraviesa su corazón.
2 comentarios:
Angel sabes k te kieiroO mucho
pro no me pidas leer tanto ... mensos siendo ia ksi las 9 de la noche .... pro el video es belloO!
ate: Fer niña!
We, tiene unos errores de ortografia ...
jajaja mira quien se dio cuenta
Otra esta chido, me recordo algunas cosas
Por otro lado, we pareces Emo con tanta pinche melancolia ...también...quien dice esto ...
como sea ... esta bien
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